sábado, 23 de septiembre de 2017

Blue Bill at The End of The World






































«Tenía razón», dijo el relojero distraidamente mientras su mano soltaba la aguja; y en aquel instante se deshicieron mis sombríos pensamientos. Se levantó y puso el reloj en estrecho contacto con mi oído; escuché: marchaba regularmente, en concordancia con los latidos de mi corazón. 
Quise darle las gracias, pero no encontré las palabras; me sentía ahogado de alegría y de vergüenza por haber dudado de él. «No te aflijas», me consoló, «no ha sido culpa tuya. He sacado una ruedecita y la he vuelto a colocar. Estos relojes son muy delicados; a veces no pueden con la segunda hora. ¡Aquí lo tienes! ¡Tómalo de nuevo, pero no digas a nadie que funciona! Se burlarían de ti e intentarían hacerte daño. Desde la juventud lo has llevado contigo y has creído en las horas que marca: catorce en lugar de la una de la madrugada, siete en lugar de seis, domingo en lugar de día laboral, imágenes en lugar de cifras muertas. 
¡Sigue siéndole fiel, pero no lo digas a nadie! ¡Nada hay más estúpido que un mártir que se jacta de serlo! Llévalo oculto en tu corazón y en el bolsillo lleva uno de esos relojes burgueses, oficialmente regulados, con su esfera blanca y negra, para que puedas ver siempre qué hora es para los otros. Y nunca te dejes envenenar por el hedor pestilente de la «segunda hora». Como sus once hermanas, está muriendo. La invade un fulgor rojo prometedor como la aurora. Rápidamente se tornará roja como la llama y la sangre. Los viejos pueblos del Este la llaman la «hora de los bueyes». Pasan los siglos y ella continúa apaciblemente: el buey ara. Pero súbitamente -en la noche- los bueyes se convierten en búfalos rugientes, el demonio los acucia con sus cuernos y pisotean los campos en una ira ciega y salvaje; luego aprenden de nuevo a cultivar los campos; el reloj burgués se pone de nuevo en marcha, pero sus manecillas no marcan el tiempo -en su trayectoria circular- del animal humano. Todas sus horas traman algún propósito -cada una con su ideal propio-, pero el mundo se verá invadido por un monstruo.

G. MEYRINK

Iglesia del Surf del Cristo Risueño de la Costa LTD. MMXVII ©

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